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Nala, la más veterana de la familia

  • contacto07346
  • 6 mar 2022
  • 2 Min. de lectura


Nala llegó a nuestras vidas en 2012, de la forma más inesperada.


Miraba páginas de segunda mano por aquel entonces, en busca de nada en concreto, solo por ver si algo me gustaba y era más asequible que adquirirlo nuevo.


Ojeando anuncios y más anuncios, mis búsquedas me llevaron a perros "en adopción", me llamó la atención un anuncio en particular, que decía libremente que se desharían de los cachorros si no eran adoptados.


Aquello me estremeció a niveles inimaginables, pero no tenía dinero para desplazarme a por uno de aquellos bebés, yo estaba plenamente dedicada a estudiar y ni siquiera tenía carnet de conducir. A todo esto debo añadir, que en casa de mis padres siempre habíamos tenido mascotas, pero, como todo amante de los animales sabe, se sufre inmensamente con la pérdida de estos, y la misma frase rondaba cada vez "no queremos más animales en casa, que después lo pasamos fatal". Este sentimiento encontrado de mis padres, entre tener y no tener otro perrito, no me ayudaba nada para poder rescatar uno de aquellos cachorritos.


Fue entonces cuando se me encendió la bombilla, y decidí vender algunas pulseras de oro que tenía guardadas en mi cajón y que, sin desmerecerlas, no me servían de nada allí.


Ahora tenía el dinero suficiente para poder pagar a alguien la gasolina hasta el lugar donde se encontraban los perritos, y todavía tendría suficiente para cubrir las primeras vacunas y chip.


Así lo hice, convencí a un amigo para que me llevara a aquel lugar, y convencí a mis padres para que me dejaran traerla a casa haciéndome cargo de los gastos.


Al llegar allí, vi cuatro cachorritos preciosos. Dos machos y dos hembras. Solo podía traerme uno, por aquello de vivir con mis padres y respetar sus normas, así que venía la decisión más difícil. ¿Cuál escoger y cuál no?


Los observé durante un rato, y vi que una de las perritas era más tímida, más delgadita, más miedosa.


Entonces vinieron algunas personas más a por los demás perritos, y vi como se lanzaban a por los más vivarachos, los más gorditos, los que más se movían.


Una cosa estaba clara, parecía que todos iban a tener un hogar, así que cogí aquella bolita tímida y salí de la casa.

Me quedé un rato observando desde fuera y vi como se llevaban a los hermanitos a sus futuros hogares, cosa que me alivió por el simple hecho de que salieran de un lugar con ese pensamiento que demostraron en aquel anuncio.


Durante el trayecto, Nala iba acurrucada en una mantita que le había comprado previamente. Era tan pequeña, que apenas se distinguía entre aquella manta.


Cuando por fin llegamos a casa, mi madre me abrió la puerta y me dijo "¿No has traído ningún cachorrito?" ¡Lo sabía! Si que le hacía ilusión y, además, confirmé que era la cosita más pequeñita del mundo.


Cuando abrí la manta, mi madre quedó prendada de aquellas orejotas, por aquel entonces caídas, y aquellos ojos redondos y negros tan brillantes.



Nalita es realmente feliz, la reina de los sofás y las camas de toda la casa, la niña mimada de mis padres y, sobre todo, la que hizo que siguiéramos ampliando la familia peluda y emplumada. ¡Gracias por aparecer en nuestras vidas pequeña!


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